P. Hernando Jaramillo Osorio, SSP

Aquel itinerario melancólico de los discípulos a su pueblo natal describe con claridad el estado de una iglesia frustrada, mirando la experiencia vivida con Jesús como un tiempo perdido y su decisión de retornar al pasado como la única garantía de seguridad. Era la decepción de una comunidad que, viendo llegar el atardecer fatídico del desgaste del tiempo, creía encontrar su futuro en lo que antes había dejado. Era la oscuridad de quien prefiere ignorar los llamados a una nueva vida y se anquilosa detrás de miopes tradicionalismos.
Pero Dios no se da por vencido. Su cercanía provoca un giro inesperado. Y aunque la tristeza conducía su caminar, los discípulos, al decidir romper el silencio y hablar sobre el tema, un dan un paso trascendental en aquel lúgubre sendero. Fue en medio de este diálogo que un caminante desconocido traba conversación con ellos y su cálida palabra de peregrino logró reencender la pequeña brasa inquieta que aún permanecía en sus corazones inquietos. El diálogo hizo posible el entendimiento, facilitó el gesto fraterno de acogida y motivó la valiente decisión final de volver sin tardar al lugar de la comunidad, ansiosos por anunciar cuanto habían visto y oído.
Y el detonante que los hizo levantarse sin prisa y ponerse de nuevo en camino fue la fracción del pan. En la Eucaristía toma cuerpo el Señor resucitado, se hace alimento, viático y vínculo solidario. La Eucaristía despeja el horizonte a nuestras mentes cortas y nuestras miradas superficiales. El camino de Emaús es testigo de la acción discreta y certera de un Dios siempre interesado en enderezar nuestros sinuosos caminos. No hay reproches ni amenazas, la calidez de su Palabra alienta el fuego que él mismo vino a encender en la tierra, conduciendo a sus discípulos a acoger el don de la misericordia celestial que no es condenación ni exclusión sino acogida y reencuentro. Emaús sí tiene camino de retorno, pasa algunas veces por tortuosas desconfianzas y agrestes reclamos, pero garantiza la importancia de la sinodalidad y la fuerza de la comunidad que implora con María el Espíritu Santo. Emaús es todo lugar o momento donde el Señor transforma nuestros caminos humanos en proyectos divinos.