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Editorial del mes
Compasivos como Jesús

Viernes 17 de Febrero de 2023

P. Hernando Jaramillo Osorio, SSP

La jornada mundial del enfermo, que se celebra el 11 de febrero, ofrece la ocasión de reflexionar sobre la importancia de la salud integral y la misión de las personas que la cuidan. La reciente crisis sanitaria mundial nos recordó dolorosamente no sólo la fragilidad de nuestro cuerpo, sino también que somos responsables los unos de los otros; que, sin solidaridad ni sana convivencia entre los seres humanos, aún la amenaza aparentemente más banal puede convertirse en catástrofe global, capaz de dejar a muchas personas sumidas en situaciones cruelmente dramáticas. En las primeras comunidades cristianas la solidaridad se vivía como una consecuencia del credo que se abrazaba. En efecto, entre los creyentes se cultivaba tanto el anuncio de la Palabra como la preocupación por los enfermos y las personas atormentadas (Cf. Hch 5, 15ss). Propagar la fe iba de par con la necesidad de interesarse por los miembros más frágiles, lo cual se fue convirtiendo en elemento distintivo de la Iglesia. Y así se ha proyectado a lo largo de los siglos, por medio de un anuncio evangelizador dinámico y admirables iniciativas desplegadas desde la pastoral de la salud.


Este servicio, para el creyente, no es una filantropía horizontal ni un deber que cumplir, es respuesta integral, al estilo de Jesús, que buscaba sanar y salvar al mismo tiempo a cuantos a Él acudían. Por ello, lejos de ser una actividad de asistencia puramente sanitaria, es el fruto de una viva experiencia religiosa, una respuesta irrenunciable de quien acoge el
Evangelio.


El impulso determinante en este apostolado es la compasión. Ésta se traduce en atención, cercanía, respeto, gratuidad y oración de intercesión. De hecho, la compasión crece cuando aumenta la experiencia de fe, cuando el enfermo no es un peso sino una oportunidad para servir y cuando más que unos cuidados paliativos el paciente percibe una mano dispuesta a levantarlo y un corazón amigo que comparte su dolor.


Surge entonces, frente a las tantas situaciones de enfermedad que agobian hoy al mundo, la urgencia no sólo de un gesto humanitario aislado, sino de inclinarse, reconfortar, vendar las heridas, devolver la dignidad y desprenderse de toda tentación de reconocimiento humano, como lo describe la parábola del samaritano. Hechos concretos que nunca quedan sin recompensa porque, como lo anunciaba Jesús, “cuando lo hicieron con alguno de los hermanos más pequeños, me lo hicieron a mí” (Mt 25, 40).