Noticias

Editorial Enero 2023
Bajo el signo de la paz.

Jueves 29 de Diciembre de 2022

P. Hernando Jaramillo Osorio, SSP

Cada 1º de enero, mientras contemplamos a santa María Madre de Dios, la Iglesia nos propone celebrar la Jornada Mundial de la Paz, necesidad cada vez más apremiante frente a un mundo marcado por la violencia, con múltiples guerras declaradas y tantos otros conflictos latentes, muchos de ellos alimentados por la industria militar que suele moverse más por oscuros intereses económicos que por salvaguardar la convivencia pacífica entre los pueblos.

Sin embargo, Dios no permanece indiferente, le conmueve la absurda violencia entre sus hijos. El interrogante "¿dónde está tu hermano?" (Gn 4, 9) resuena a lo largo de los siglos, no como un reclamo autoritario, sino como un llamado a la fraternidad entre quienes fueron creados para compartir un espacio vital y una historia común. Y al declarar bienaventurados a quienes trabajan con la paz, Jesús aporta un criterio de identidad entre quienes serán reconocidos como hijos de Dios (Cf. Mt 5, 9).

Pero, la paz de Cristo no es ni pacifismo barato ni pasividad cómplice de la injusticia, es compromiso arriesgado, lucha sostenida contra el mal, es ser artesanos de comunión y constructores de un mundo fraterno sin ambiguedades: o aceptamos ser hermanos o todo se derrumba, o cultivamos la concordia o toda relación se vuelve pelea de adversarios. En efecto, sin desvirtuar los esfuerzos de organismos internacionales ni los logros de los acuerdos conciliatorios, la paz es el fruto del esfuerzo de cada persona para que, en la justicia y la verdad, todos podamos sentirnos responsables. "La paz también depende de ti" amaba repetir san Pablo VI.

Curiosamente, una de las amenazas de la paz es la indiferencia. En un mundo interconectado y casi inmediato, la velocidad con la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, con lo cual se banaliza toda la carga de sufrimiento que traen las guerras, tanto de aquellas con cobertura mediática, como también de las anónimas confrontaciones fratricidas, de las rivalidades que generan odio y de aquellos inevitables roces del día a día que no encuentran vías de entendimiento.

Que nuestro empeño activo y nuestra oración reparadora a la Madre de Dios tengan en primer lugar una atención hacia todas las familias del undo, porque es desde el hogar que puede generarse una auténtica cultura de convivencia, de tolerancia, de perdón y reconciliación. Si falla esa primera escuela de paz, el mundo será siempre más violento.